Desde que comenzó el nuevo año nos desayunamos cada mañana con noticias a saber cuál de ellas más catastrofista, y es que este país se está convirtiendo en un chiste, con muy poca gracia.
Que la Generalitat Valenciana vaya a reducir de 46 a sólo 6 las empresas públicas no es la noticia, ésta es que cómo hemos podido ser capaces de crear y mantener 46 empresas con dinero público, no solamente nada rentables si no que engrosan la nada despreciable deuda de 20.469 millones de euros, deuda que por supuesto no será abonada por los responsables que han dirigido esas empresas, ni los responsables políticos que decidieron que necesitábamos esas 46 empresas, no, lo cierto es que esa deuda la pagaremos todos los valencianos, hayamos pedido o no la creación de esas empresas.
Haciendo un cálculo aproximado, nos toca a cada valenciano pagar 250 €, adulto, mayor o niño. Así que para cobrarnos esa cifra a cada uno de nosotros nos tienen que subir los impuestos: IRPF (de nuestras nóminas), subida del IBI (por tener una casa), y de todo aquello que tengamos y nos puedan estirar o bien tirar de funcionarios, que de ahí siempre se puede sacar fondillo.
Tampoco podemos olvidar los valencianos las deudas que han generado otros grandes proyectos como la Formula 1, Canal Nou, las deudas de Terra Mítica, de la Ciudad de las Artes y las Ciencias y tantas y tantas obras que no han servido más que para la autopromoción de sus responsables, que en contra de lo que pasaría en la empresa privada, son ascendidos y recompensados con puestos en empresas privadas o públicas tan grandes que se pueden permitir mantener a algunos "inservibles" pero agradecidos estómagos. Tal y como ocurrió con Eduardo Zaplana, que tras crear Terra Mítica con un coste de 377 millones de euros (cien más de los previstos), ha sido recientemente vendida a Aqualandia por 65 millones (incluida una deuda de 45), una empresa privada que se cuidará muy mucho de hacerla rentable o cerrarla antes de generar una deuda tan inasumible que le cueste la vida, empresarialmente hablando. Este es un ejemplo de grandes gestores que han gobernado en la Comunidad Valenciana (nótese la sorna). Ahora, como recompensa tiene un buen puesto en una empresa muy conocida: Telefónica, la misma que suele contratar a grandes y reales emprendedores.
Como valenciana responsable, estoy dispuesta a pagar sus deudas de inmediato, pero a cambio les pido:
- Que desaparezcan de la vida pública por el resto de sus vidas.
- Que sean inhabilitados tal y como reza la Ley Concursal y suspendidas sus facultades de administración. Mismo tratamiento que a un empresario privado. Que se les prive de administrar cualquier empresa pública o privada.
- Que sean anotadas en el Registro Civil, bajo una nueva anotación registral hecha específicamente para estas personas: "declaración de incompetente para el servicio público".
- Hacer extensivo esta petición a todas aquellas autonomías gobernadas tanto por el PP como por el PSOE que cuente con ilustres gestores como estos.
- Por último, si es necesario, y para que no vuelva a ocurrir, que se desmantelen todos los Estatutos de Autonomías. Visto lo visto, sólo han servido para generar deuda incontrolable y crear más de 4.000 empresas públicas de poca utilidad.
Necesitamos una verdadera "Ley de Responsabilidades Políticas" a la que se ciñan todos aquellos que juran sus cargos al servicio de los ciudadanos. Ley que por increible que parezca existió en nuestro país desde la Guerra Civil hasta la muerte de Franco, aunque evidentemente con otros intereses.
Eugenio Trías escribió en una ocasión que la irresponsabilidad política estaba "haciendo trizas un proyecto de democracia que, hasta hace poco, había sido motivo de admiración de propios y ajenos". Una lástima que ya no recordemos esos momentos en los que uno se podía sentir orgulloso de vivir en democracia.
Eugenio Trías escribió en una ocasión que la irresponsabilidad política estaba "haciendo trizas un proyecto de democracia que, hasta hace poco, había sido motivo de admiración de propios y ajenos". Una lástima que ya no recordemos esos momentos en los que uno se podía sentir orgulloso de vivir en democracia.